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              · Sep 21
        
        
        
            En la historia medieval de las Islas Británicas, hay episodios que parecen sacados de una novela épica, pero que han quedado relegados al olvido. Uno de ellos es la audaz invasión escocesa de Irlanda entre 1315 y 1318, liderada por Edward Bruce, hermano del célebre Robert  Bruce, rey de Escocia. Fue una campaña militar que buscaba expulsar a los ingleses de Irlanda, establecer un reino gaélico independiente y crear una gran alianza celta contra Inglaterra.
A comienzos del siglo XIV, Escocia estaba inmersa en su Primera Guerra de Independencia contra Inglaterra. Tras la victoria escocesa en la batalla de Bannockburn en 1314, Robert  Bruce consolidó su posición como rey, pero sabía que la amenaza inglesa no había desaparecido. Para debilitar aún más a Inglaterra, Bruce ideó una estrategia audaz: abrir un segundo frente en Irlanda.
Por otro lado, Irlanda vivía una situación compleja. Aunque nominalmente bajo control inglés desde la invasión normanda de 1169, gran parte del territorio seguía en manos de clanes gaélicos que resistían la autoridad del Señorío de Irlanda. Uno de esos líderes era Domhnall Ó Néill, rey de Tyrone, quien sufría constantes ataques por parte de familias angloirlandesas. En busca de apoyo, Ó Néill viajó a Escocia y ofreció su lealtad a cambio de ayuda militar. Los Bruce aceptaron, con una condición: que Edward Bruce fuera proclamado rey de Irlanda, propuesta que el líder gaélico acepto pensando, quizá, que si la corona recaía sobre la cabeza de un rey foráneo esto disiparía las pugnas entre los distintos clanes irlandeses.
El 26 de mayo de 1315, Edward Bruce desembarcó en la costa de Antrim con unos 6.000 soldados escoceses. Su llegada fue bien recibida por varios clanes irlandeses, que veían en él una oportunidad para liberarse del dominio inglés. En poco tiempo, Bruce derrotó a las fuerzas del conde de Úlster y tomó Carrickfergus, estableciendo una base sólida para su campaña.
Durante los meses siguientes, el ejército escoto-irlandés avanzó por el norte y el este de Irlanda, arrasando ciudades como Dundalk y Kells. En junio de 1315, Bruce obtuvo una victoria significativa en la batalla de Moiry Pass, donde derrotó a fuerzas hiberno-normandas que intentaban frenar su avance.
En 1316, Edward Bruce fue proclamado Rey Supremo de Irlanda por sus aliados gaélicos. Su coronación simbolizaba el intento de crear un reino celta independiente, aliado con Escocia, que pudiera resistir la influencia inglesa. El plan era ambicioso: una vez consolidado el poder en Irlanda, Bruce buscaría apoyo en Gales para extender la rebelión a otras regiones bajo dominio inglés.
Robert  Bruce apoyaba esta visión. Para él, la creación de dos reinos gaélicos —Escocia e Irlanda— era una forma de asegurar la independencia frente a Inglaterra y de construir una nueva geopolítica en las Islas Británicas.
Pero el sueño celta pronto se enfrentó a la dura realidad. Irlanda sufría una grave hambruna desde 1315, algo endémico a lo largo de su historia, causada por malas cosechas, saqueos y el colapso del comercio. Las tropas de Bruce, lejos de ser vistas como liberadoras, comenzaron a ser percibidas como invasores que agravaban el sufrimiento de la población.
Además, los angloirlandeses reorganizaron sus fuerzas. Nobles como Roger Mortimer, Edmund Butler y John de Bermingham lideraron la resistencia contra Bruce. Aunque el ejército escocés logró algunas victorias, el desgaste era evidente. Las tropas estaban mal abastecidas, el apoyo local disminuía y la campaña se estancaba.
El desenlace llegó el 14 de octubre de 1318, en la batalla de Faughart, cerca de Dundalk. Edward Bruce se enfrentó a las fuerzas de John de Bermingham en un combate decisivo. Fue derrotado y murió en el campo de batalla. Su cuerpo fue desmembrado y exhibido como advertencia y su cabeza enviada a Londres como trofeo de guerra a Eduardo II. Con su muerte, el proyecto del reino escoto-irlandés se desmoronó.
Robert the Bruce, aunque dolido por la pérdida de su hermano, no intentó continuar la campaña. Escocia se centró en consolidar su independencia, que finalmente sería reconocida por Inglaterra en 1328.
La invasión escocesa de Irlanda fue una de las campañas más audaces del siglo XIV. Aunque fracasó en su objetivo político, dejó huellas profundas. Demostró la fragilidad del dominio inglés en Irlanda, la capacidad de los clanes gaélicos para organizarse y la ambición de los Bruce por construir una alianza celta. También reveló los límites del poder militar en contextos de crisis humanitaria. La hambruna, el desgaste y la falta de apoyo popular fueron factores decisivos en el fracaso de Bruce.
Hoy, la campaña de Edward Bruce sigue siendo una página poco conocida de la historia medieval. Pero su audacia, sus ideales y su trágico final merecen ser recordados. Fue el intento más serio de unir Escocia e Irlanda bajo una causa común, y aunque no prosperó, dejó una lección sobre los sueños que desafían imperios… y los riesgos que conllevan.
          
            
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