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Fernando J. de Miguel. Investigador del #Cáncer y comunicador científico apasionado. Viajes, Vida en Estados Unidos y Comunicación y Divulgación de la #CIENCIA https://www.youtube.com/@CientificalFer
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La causa da igual. Sigue habiendo contenedores que quemar, policías que apedrear, e inocentes que amedrentar. Como antaño. Como hace diecisiete años o treinta, o trenta y uno, o treinta y dos.
Estos cachorros no recuerdan ni conocen ningún tipo de causa. No pasan de los treinta. La capucha no oculta la edad. ¿Habrán visto Patria siquiera?
Es igual, ya que estamos aquí y nos hemos uniformado, de negro, encapuchados, hasta arriba de kalimotxo y con la adrenalina por las nubes habrá que hacer algo. ¿La causa? ¿Qué causa? Eso es lo de menos.
No hizo falta. La Universidad viendo la que se venía canceló el acto y envió a todo el mundo a casa. Como hace diecisiete años.
Y Pamplona volvió a vivir ecos del pasado. Pensé que no lo volvería a ver. Jaurías de txakurras provenientes de todo “Euskal Herria” en autobuses fletados se plantaron decididos a parar el acto y darle la de Charlie Kirk al tipo, ¿por qué no?
¿En qué quedamos? ¿Acaso los periodistas no deben agitar conciencias? El tipo en cuestión está de gira por las universidades españolas. Emulando a Charlie Kirk, supongo. Recuerdo el meme “En su mente era espectacular”.
30 de Octubre de 2025. Exactamente diecisiete años después del último atentado con coche bomba que sufrió la Universidad de Navarra. Hay programado en el campus un acto de un tipo que se denomina periodista, pero que los periodistas llaman “agitador” en sus artículos.
¿Has oído las noticias? pregunto a mi padre con emoción cuando llega a casa. “Bueno, ya veremos, no me fío ni un pelo” me responde con una expresión tan suya. Comprensible. Son muchos más años contando víctimas en la tele, y en las calles.
20 de Octubre de 2011. El telediario anuncia que los asesinos cesan toda actividad armada. Se me encoge el corazón. Incluso me emociono. Resulta sorprendente cómo reacciona el cuerpo en ocasiones.
Me siento junto a él y seguimos las noticias. ¿Estás bien? Si, ¿Tú? Si. Ya he avisado a tu madre. Bueno, esperemos que no haya muchos muertos. Tras ver las noticias parecía imposible que no hubiera víctimas mortales, pero así fue.
Llego a casa y me encuentro a mi padre enfundado en su bata blanca, sentado sobre la mesa del café y pegado a la tele. Una imagen que no olvidaré nunca por lo bizarro de la situación. Las batas blancas pertenecen a los laboratorios. Espero que no haya saltado la valla...
El típico gracioso pienso, como en el colegio. En menos de cinco años dos desalojos por aviso de bomba. ¿Será esta la vida normal de un veinteañero en el resto de España? En el colegio fue en 2004, claro… Tiempos extraños.
“Hay aviso de bomba en la facultad de Ciencias también”, oigo que dice algún compañero a otro. ¿Cómo se ha enterado si aún no se ha inventado Twitter?
Me gusta creer que en situaciones de estrés yo sería de los que tomarían las riendas. La verdad es que nunca me he visto en una situación de peligro real. ¿Es esta una de ellas? No lo creo
Veo a un profesor con la bata blanca saltando la valla para llegar antes al recinto del Hospital Público contiguo. ¿Qué hace? El profesor, la figura de autoridad, saltando la valla. ¿Por qué cunde el pánico?.
Agarro mi mochila y con la misma tranquilidad con la que llegué, comienzo a caminar hacia casa. Vaya pérdida de tiempo, pienso. Algunos estudiantes empiezan a correr. Yo sigo a mi ritmo, parsimonioso.
"Por favor, desalojen el edificio con calma y váyanse a casa, la Universidad está cerrada hasta nuevo aviso”. Algunos respiran aliviados. El miedo está en el cuerpo. Otros se alegran de que no haya examen sorpresa. Hay muchos tipos de miedo.
Aún sin salir del asombro, nos preparamos para el "examen sorpresa". De Antropología. Tras el estallido de una bomba en el campus. No da tiempo a comenzarlo. El antipático, a la vez que afable bedel del edificio entra bruscamente en el aula.
¿Cómo? ¿Ha dicho examen sorpresa? Un compañero dice basta, a pesar de haber transcurrido tan solo dos minutos de clase. Se levanta bruscamente, agarra su mochila y enfila la puerta trasera del aula. "¿Dónde va?" le espeta el profesor. "¡Mi madre trabaja en el Central!". El profesor no dice nada más.
Mirando por la ventana la columna de humo negro que se eleva desde la parte baja del campus escucho con asombro al profesor: "Mantengamos la calma, bla bla bla, tranquilos, bla bla bla", examen sorpresa, bla bla bla".
Ahora bien, cuatro años atrás fueron otros los que sacudieron toda España con el terror, así que ¿quién es capaz de asegurar nada a estas alturas? Pero no. En la Universidad de Navarra no hay dudas. No es la primera vez.
Gajes de crecer en lugares donde los padres de compañeros del colegio pueden ser extorsionados, secuestrados, asesinados…
El profesor, el cuál luce un blanco e inmaculado alzacuellos, por si no había quedado claro, intenta tranquilizar a la clase. Aunque nuestra mente nos incita a no creerlo, todos sabemos que ha ocurrido.
Con la tranquilidad de alguien que no puede concebir que un coche bomba acaba de estallar entro en el aula y me siento en la fila de asientos dónde suelo hacerlo. Bien adelante, para coger apuntes. Si, era de esos, y muy orgulloso.