Rachel Carson denunció lo invisible cuando la ciencia era cosa de hombres. Hoy estudio lo invisible gracias a mujeres que abrieron camino.
Como dice el proverbio: “Cuando el viento cambia de dirección, algunos construyen muros, otros molinos”. Y nosotras elegimos molinos, como los de mi tierra.

Entender estas reacciones me permite saber que tan rápido, cómo y con qué se degradan estos contaminantes. Así podemos saber si desaparecen o solo se transforman en algo peor. Pero entonces, ¿qué tenemos en común Rachel y yo?

Y aquí viene la parte emocionante: ¿qué hago yo? DEGRADARLOS. Estudiar, como se degradan estos contaminantes en el agua, en el aire y en la interfase. Pero ¿con qué? con oxidantes naturales como el peroxinitrito (HOONO), el cloro atómico (Cl) o los radicales hidroxilo (·OH).

Se llaman “Contaminantes Emergentes” (o como yo los llamo, “Contaminantes Preocupantes”). Son sustancias químicas nuevas o poco conocidas, algunas naturales y otras sintéticas, que no se suelen controlar, pero que pueden afectar a nuestra salud y al medio ambiente.

¿Pero y que ocurre entre el aire y el agua? Hay una zona muy especial: la interfase. Nadie habla de ella, pero ahí ocurren reacciones químicas inesperadas. En gotas minúsculas. Donde los contaminantes pueden transformarse o degradarse…Pero, ¿cómo se llaman todos estos contaminantes?

El aire sucio no solo afecta a personas: en 2020, más del 50% de los bosques y el 6% de los cultivos sufrieron por la contaminación. Solo el trigo perdió 1.400 millones €. ¿Y la solución? Menos humo: transporte, calefacciones, fábricas… y un Plan de Acción “Contaminación Cero” al rescate.

En el aire, por ejemplo.
La UE respira problemas: partículas finas (PM2,5), dióxido de nitrógeno (NO2), ozono (O3), y unos invitados sigilosos los compuestos orgánicos volátiles (COVs), que salen del humo al quemar leña, rastrojos o pellets. Y no, no se quedan en el bosque.

Ese “maravilloso cóctel” no para de crecer. En 2022, la UE sumó 25 sustancias nuevas: como PFAS (usados en sartenes, ropa), pesticidas, bisfenol A (usado en plásticos), fármacos y productos de cuidado personal.
Un menú tóxico que se acumula en el agua y termina en nuestra cadena alimentaria.

El agua, por ejemplo.
En la Unión Europea (UE) hay unos 100.000 cuerpos de agua superficial: ríos, lagos, humedales…
¿Y sabes cuántos están en buen estado? Solo el 38%.
Eso significa que más de la mitad están contaminados con un cóctel invisible de sustancias que no deberían estar ahí.

Hoy, más de 60 años después, yo investigo sobre ello.
La contaminación sigue, pero ha cambiado de forma: vive en lo cotidiano, en lo invisible.
Está en nuestras cremas, en nuestras pastillas, en el aire que respiramos. Pero dime, ¿queda algo verdaderamente limpio en este mundo?

Imagina que te asomas a la ventana en primavera, y no escuchas nada. Ni un pájaro, ni una abeja, ni el zumbido del viento entre los árboles. Ese fue el futuro que nos advirtió Carson en 1962. “Primavera Silenciosa” no fue poesía: fue una alarma científica. El origen del movimiento ambiental moderno.

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