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Tenemos la posibilidad de replantearnos como queremos relacionarnos con estos patrones y darnos la oportunidad de reparar nuestra experiencia y ofrecer una experiencia alterenativa mucho más regulada emocionalmente a nuestros hijos.

El apego no es inmutable y se puede ir modificando a medida que el desarrollo progresa. Nuestro comportamiento en nuestras relaciones viene mediatizado por la conducta de "los otros".
No estamos obligados a repetir los mismos patrones que recibimos, podemos cambiarlos.

Cuando se convierten en adultos son personas con una alta carga de frustración, no se sienten queridos o aceptados y parece que rechacen a las personas. También pueden darse relaciones conflictivas constantes.

Los cuidadores han tenido conductas negligentes o inseguras y el niño ha perdido la confianza en ellos, llegando a sentir miedo hacia esta figura. Este tipo de apego se da en un entorno de un alto nivel de desatención o maltrato hacia el niño.

- Apego desorganizado, es una mezcla de los dos anteriores. No existe un entorno predecible para el niño. El cuidador es una figura de consuelo, pero también es la figura de su miedo y ello genera conductas explosivas, destructivas hacia objetos, reacciones impulsivas.

Estos niños no expresan ansiedad ante la separación y, a veces, se puede confundir con autonomia su manera de gestionar el malestar. No lloran cuando se les separa de sus cuidadores, evitan contactos cercanos, mantienen una distancia emocional con el resto, no se sienten queridos.

De adultos ese apego ambivalente provoca temor e inseguridad en sus relaciones personales, con sus parejas, amistades...

- Apego evitativo, no se apoyan en la figura del cuidador llegando, incluso a rechazarlo. Son cuidadores poco disponibles metidos en sus propios asuntos.

Expresan el malestar con mayor intensidad, son más inseguros por lo que tienen menos interés en la exploración del entorno. Expresan emociones o sentimientos contrapuestos y esto es una fuente de miedo y angustia en el niño.

- Apego ansioso y ambivalente, el niño no confía en sus cuidadores y tiene una sensación constante de inseguridad. Son niños que desarrollan un enorme malestar en las separaciones de sus cuidadores al tener una presencia inestable e imprevisible.

Estos niños manifiestan comportamientos activos, interactuan de manera confiada y hay una conexión emocional entre el niño y la figura a la que están vinculados. Perciben que sus cuidadores estarán disponibles y se sentirán seguros.

Estos niños exploran el entorno confiados en que sus cuidadores aparecerán si los necesita. No los buscan de manera ansiosa. También aprenden a expresar su malestar porque confían en que sus cuidadores les darán respuestas que rebajaran su estrés.

Dependerá, sobre todo, de la constancia de los padres y madres. Los cuidadores se comportan como personas atentas y muy comunicativas con el bebé. Hay una entrega casi total. En este tipo de apego, el niño elegirá a uno de los cuidadores antes que a un desconocido.

El apego se empieza a configurar partiendo de experiencias sensoriales y corporales, ya que durante ese periodo la comunicación verbal es todavía muy pobre.

Podemos definir cuatro tipos de apego:

- El apego seguro, en el que el niño sabe que el adulto no le fallará (incondicional)

Las respuestas que damos como padres o madres que ayudan a construir el apego no siempre nos funcionan, nos falta información o esta no es del todo cierta. A menudo, nuestra capacidad para dar respuestas eficaces está relacionada con nuestra propia experiencia como hijos.