El curaca -líder- de San Martín, Orlando, reclama también un mayor avance en la demarcación y la protección de territorio indígena. En Colombia se aceleró -en 2024 se ampliaron cuatro resguardos amazónicos en unas 169.000 ha- pero dicen que queda mucho camino por recorrer.

Al día siguiente hay una minga de siembra. Los ticuna caminan por la selva, entre la humedad, portando plántulas para reforestar la selva y producir su propia madera. "Un guardia que no tenga cultivo no es autoridad", enfatiza Jairo oteando la 'chagra', la zona de cultivo.

"Somos padres de familia y tenemos hijos que de pronto se ven sin nada y es difícil convencerlos de trabajar la cosa legal, porque no hay un beneficio y lo necesitamos. Ellos nos dicen ‘pa, entonces ¿Por qué hacemos este trabajo?’ Es algo muy duro para nosotros", dice Jairo.

"A veces me da miedo. Hay que hablar bonitamente con ellos, pero es algo muy peligroso y que no nos compete a nosotros, aunque tampoco queremos que se nos metan en las comunidades", añade llegando a su joya de la corona, una torre de vigilancia de la guardia para vigilar el río.

"Estamos en una línea de trayectos. No queremos tener choque pero sí que nos consulten. Que no nos toquen a los jóvenes más que todo, porque son débiles y de pronto a veces les pagan y les convencen incluso con drogas y nosotros como autoridad no queremos eso", señala Jairo.

Otro está situado al norte, porque en la región colombiana del Putumayo se han multiplicado también los cultivos y los intrincados afluentes que llevan al Amazonas son perfectos para ocultar el tráfico.

Denuncian sus voces no son escuchadas aunque la evidencia científica dice que una de las vías más efectivas y baratas para lograr la conservación de la selva es demarcar y dar poder a los pueblos que habitan el Amazonas, según un estudio publicado en 2024 por Nature.

Caminarán también entre las casas de madera de San Martín, a través de sus intrincadas veredas sobre pasto verde y barro, para ver si hay algún enfermo o una disputa que haya que dilucidar. Finalmente comprobarán el estado de sus chagras, los espacios indígenas de cultivo.

Se pone las botas, anuda con delicadeza una pañoleta a su cuello, se cuelga su machete y recoge de un estante su bastón de mando. Sobre una mesa, dentro de una caja, guarda como oro en paño un pequeño walkie talkie. No sale de la casa sin antes hablar con sus compañeros.

Apenas se ha disipado la neblina que ha cubierto la espesura durante la noche y se ha filtrado algo de luz entre los árboles cuando sus pisadas comienzan a retumbar sobre el vetusto y ajado material, ennegrecido con el paso de los años.

Drogas, madereros y sangre: así patrullan los guardianes de la selva🧵

La casa de Jairo Vargas es una construcción de dos pisos de madera desnuda abierta a la inmensidad del Amazonas. Son las siete de la mañana y el dedicado indígena ticuna se prepara para salir a patrullar...