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Estoy tan loco como para llamar a mi hija Indiana, y te doy la razón.

«Dahellos» no es solo un libro de terror. Es una grieta en la puerta que otros cerraron con llave. Si alguna vez has sentido que vives en una jaula sin barrotes, esta historia es para ti.

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Una historia que habla de fe y de miedo, de control y de libertad. De lo que significa nacer dentro de un mundo que no has elegido… y de lo que cuesta salir de él.

Durante mis años en la organización vi y escuché cosas. Algunas oscuras, otras absurdas, muchas esperpénticas. Y todas ellas me llevaron a escribir «Dahellos», un libro de terror con tintes de fantasía que, a pesar de todo, no consigue ser más espantoso que la realidad.

Con ella descubrí lo que había más allá de la burbuja: el calor de un hogar construido con amor y no con miedo, el placer de una risa sin culpa, la felicidad de vivir sin cadenas.

Y fue allí donde la conocí. A Cristina. Mi Kevin Costner en «Un mundo perfecto». La persona que me enseñó que la vida podía ser libre, intensa, hermosa.

Hasta que llegó el día. A los 18, maleta en mano, dejé atrás todo aquello y puse rumbo a Barcelona. No sabía qué me esperaba. Solo sabía que, por primera vez, el camino era solo mío.

No sufrí acoso por ser Testigo de Jehová, sino por mi aspecto físico. Me destrozó. Abandoné los estudios con una agorafobia a cuestas. Y en ese momento, ¿a dónde iba a ir? A la única estructura que conocía: la congregación. No creía, pero allí, al menos, me sentía seguro.

A los 14 años tomé la decisión de bautizarme. En teoría, era un acto de fe. En la práctica, era un pacto silencioso para no perderlo todo.

A mis 12 años no creía en nada. No me importaban las doctrinas ni las normas. Lo único que me importaba eran ellos, mis abuelos. Los amaba. Y por amor, me quedé. Como lo llaman ahora: PIMO, físicamente dentro, pero mental y emocionalmente fuera.