Una siesta en el Museo Reina Sofía para soñar con las vidas secretas y cansadas de la plantilla que lo saca adelante
En una actividad ligada al club de lectura del centro de arte, el artista Sergi Casero parte de la novela 'Mi año de descanso y relajación' para convertir su visión misántropa e individual en un recorrido colectivo, imprevisible e interactivo que celebra los tiempos muertos y al personal que sostiene al Reina Sofía
Mejor heridas que anestesiadas: así son las protagonistas misántropas y obsesivas de Ottessa Moshfegh
“Después de haberse comido unos torreznos, una copa de vino y un flan de hueco, la verdad es que a José Antonio la pintura de entreguerras le importaba un comino. Lo que quería era echarse un rato y descansar los párpados”. Con esta naturalidad se desarrolla la aventura que este costumbrista personaje protagonizó el pasado jueves 20 de noviembre en el Museo Reina Sofía. El curioso y perezoso integrante de un grupo de jubilados que lo visita sirvió de guía narrativo y espiritual de una imprevisible actividad: una siesta muy movida que sirvió para reflexionar sobre el trabajo (y el descanso) de quienes sostienen y hacen avanzar el centro de arte.
Lejos de cualquier metáfora abstracta, el nombre del evento era sucinto: Siesta en el museo. Su razón de ser sí tiene más intríngulis. Es una de las activaciones que se elaboran desde el club de lectura Otros libros y eso, iniciativa de la Biblioteca, Centro de Documentación y Archivo Central del Reina. Las personas en él seleccionadas comentan en cuatro sesiones otras tantas obras literarias, que van rotando cada cierto tiempo. Cada libro va aparejado además de una sesión de activación. Esto es, una experiencia ligada a cada lectura en alguna sala o recinto del museo, con la participación de artistas y mediadores culturales. En este caso, el performer barcelonés Sergi Casero partía de Mi año de descanso y relajación. Claro que un personaje como José Antonio no tendría cabida en la novela de Ottessa Moshfegh, ni en la hostil mirada al mundo de su protagonista. Tampoco una jornada tan ligera, divertida y comunitaria.
Casero, en conversación con Somos Lavapiés, reconoce que el exitoso libro de Moshfegh es “ácido como comerte un limón”. Cuenta la historia de una mujer que en el Nueva York del año 2000 se propone pasar un año entero dormitando en su piso a base de todo tipo de fármacos. Al artista le gustaba “la idea de la ausencia y desaparecer”, pero decidió trasladarla a una acción que mostrara “el museo como un cuerpo que duerme y se despierta”. Así, si el personaje principal de Mi año de descanso y relajación puede emprender su proyecto gracias a su psiquiatra, su amiga o su herencia, Casero quería desentrañar “quien permite que el Reina Sofía duerma, para entender que el descanso es colectivo”.
Para descubrir “quién le pone al museo la manta o le lleva el vaso de agua a la mesita de noche”, el artista entrevistó con la colaboración del propio centro de arte al personal que lo mantiene en sus diferentes facetas: restauración (que “cuidan las obras cuando duermen y cuando salen a la luz”), mantenimiento y electricidad, guía, limpieza, seguridad y vigilancia, reprografía, botiquín y asistencia sanitaria... “No quería hacer una cosa tipo zoológico del museo, sino acudir a elementos muy concretos que enseñen una mirilla a lo que decidimos o nos dicen no mirar”, apostilla.
José Antonio, el curioso guía de un viaje grupal e incompleto por el sueño y por los sueños
En lugar de elaborar a partir de estos testimonios un reportaje o un ensayo, Casero tiró de los relatos y de su propia imaginación para conformar un recorrido interactivo y “autogestionado” por la tercera planta del Reina. En él tomaron parte integrantes de la última edición de Otros libros y eso, exparticipantes de años anteriores y varias personas que coparon las plazas restantes a través de un formulario lanzado públicamente. Una treintena de personas que tuvieron acceso a algunas zonas restringidas o deshabitadas del Reina, áreas que descansan antes de un futuro despertar. El guía, insistimos, era José Antonio. Sergi Casero brillaba por su ausencia, pero ideó un relato en el que seguir a ese ficticio jubilado por distintas estancias de la tercera planta.
Esta particular ruta adormilada descubre lugares inhóspitos del Museo Reina Sofía, o al menos deja intuir esas zonas de acceso restringido.
Así, los alrededor de 30 participantes se dividieron en cinco grupos de seis o siete personas cada uno. Se formaron en función del sonido elegido para empezar a desarrollar la historia, que José Antonio selecciona para dejarse llevar entre el ruido y la vigilia: un ronquido, el cantar de unos pajaritos, el eco de unos pasos que “le produce un sopor que ni la Vuelta Ciclista”, el suave zumbido de un motor o el tarareo de una canción que “le recuerda a las nanas que le cantaba su abuela en Lleida”.
Cada elección lleva además a una sala diferente, en la que una sorpresa aguarda. Lo mismo sucede al acabar la tarea de esa sala: hay que elegir el nuevo giro en la historia de José Antonio y la decisión llevará a una estancia u otra. Al concluir, cada grupo ha completado su propio itinerario y construido su propio relato. Por el camino, cada equipo se deja habitáculos sin visitar y derivas narrativas desechadas. Pero esa es parte de la gracia.
El comienzo de la aventura: la poesía y la rutina
Quienes nos quedamos con el motor, empezamos la aventura en una amplia estancia con algunos cojines y esterillas. En la pared, aparece proyectada la frase en catalán és quan dormo que hi veig clar (es cuando duermo que veo claro). Junto al proyector, dos folios recogen el poema del que se extrae (titulado así), en castellano y catalán. Es obra de Josep Vicenç Foix, aunque la adaptación de Joan Manuel Serrat consiguió especial popularidad. Una chica lee una de las versiones en voz alta, una mujer más mayor lee la otra. La declamación tiene un gran peso en toda esta Siesta en el museo. Además de estos elementos intertextuales, cada habitáculo contiene las páginas de un capítulo en la historia de José Antonio y uno o varios miembros de cada equipo debe leerlas en voz alta.
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En la siguiente estancia, a la que llegamos al elegir que en un sueño José Antonio baile con una mujer de mil ojos, cada integrante del grupo se coloca en una de las seis sillas distribuidas (tres en una de las paredes, otras tres en la otra). Bajo cada asiento, un papel esconde vivencias, reflexiones, ilusiones o desahogos del personal que vigila las salas. Desafiando la reverberación, leemos en voz alta teorías sobre parejas de enamorados que visitan el museo (si miran fijamente o no los cuadros, pero también si se quieren de verdad) o agendas imposibles en las que el trabajo y la vida que queda fuera de él arrinconan el descanso.
“Les preguntaba por su trabajo en el museo, pero también por su propio descanso en él: dónde comían y se relajaban, si venían de lejos, por sus vacaciones...”, comenta Casero a este periódico sobre su proceso de entrevistas a través de las cuales ideó luego esos microcuentos (aunque no aclara cuánto hay de esas experiencias compartidas y cuánto de creatividad). “Iba con la idea previa de que estarían jodidísimos o no querían hablar, pero me he encontrado gente que al inicio le daba cosa por esto del artista viviendo a preguntar, pero en cuanto consultaba asuntos concretos, por ejemplo cómo han dormido, se convertían más bien en charlas”.
Asegura que “la gran mayoría de gente está contenta con sus condiciones y el ambiente”. Cree eso sí que “los espacios de descanso de trabajadores de algunos departamentos están muy lejos de sus puestos”. Así, “la garita para comer del personal seguridad está a veces a 20 minutos de su puesto yen ocasiones no pueden ir, acaban picando fuera”. Aunque lamenta que “es algo bastante común de otros espacios de trabajo, no solo del museo”.
Sí reconoce su sorpresa al comprobar que la institución que dirige Manuel Segade “es como Érase una vez el cuerpo humano”. Lo dice por la “compleja interconexión entre departamentos, donde todo el mundo sabe lo que debe y no debe hacer”. “Hay cosas que das por hecho y luego descubres que se producen a puerta cerrada, antes de que llegue el visitante, y son las que permiten que el museo no se caiga”. Destaca el caso de Delia López, la jefa de limpieza: “Tiene un control absoluto de todos los aspectos, ubica cualquier estancia y cualquier exposición, mejor que que ningún colectivo artístico. Sabe qué pasa y qué tipo de actividad habrá en cualquier sala. Su capacidad de trabajo es impresionante”.
La jefa de limpieza del Reina Sofía tiene un control absoluto de todos los aspectos, ubica cualquier estancia y cualquier exposición, mejor que que ningún colectivo artístico. Sabe qué pasa y qué tipo de actividad habrá en cualquier sala
Sergi Casero
— Artista, creador de la activación 'Siesta en el museo'
“Recopilé información desde un punto de vista al que nunca me había aproximado. Yo soy artista escénico y escribo mis propios textos conmigo en escena, pero aquí creo que no tenía mucho sentido. Quería ser un cuerpo ausente, otorgar el protagonismo al museo”, explica. Quienes deseen acercarse a su otra faceta pueden hacerlo del 4 al 6 de diciembre en el Teatro Pradillo (número 12 de la calle Pradillo, en el distrito de Chamartín). Allí presentará El Pacto del Olvido, “una performance que sondea la transmisión intergeneracional del silencio político en España desde el comienzo de la dictadura franquista hasta la actualidad”.
Los pájaros cantan, las luces no se apagan
La próxima parada de este elige tu propia aventura (ya deslizábamos que es una siesta muy movida) es en el propio pasillo de la planta tres. Mientras un miembro del grupo lee nuevas indicaciones, otro debe ir contando en voz alta las luces que iluminan el sendero. Son decenas, tantas que no llegamos a una cifra exacta, y ninguna falla. Luego hay que encontrar un pájaro (o su retrato) oculto, mientras una persona reproduce audios de gorriones piando en YouTube y otra pone la composición musical Good Night, Day, de Jóhann Jóhannsson. Ambas piezas encajan a la perfección y la inversión sonoro-lumínica convierte el momento en toda una experiencia sensorial.
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El último lugar al que José Antonio nos lleva es una especie de cementerio de obras, esas que descansan en el centro de arte a la espera de que alguien las desempolve y las vuelva a exponer. Aquí solo están sus reproducciones en papel, claro, pero verlas desperdigadas por el suelo de una sala a oscuras transmite una idea de abandono que produce cierta desazón. El grupo puede rescatar una, devolverla a la luz e incorporarla a las páginas que conforman el relato de José Antonio (un montoncito de documentos donde está también el gorrión pintado que encontramos en el pasillo).
Del éxtasis turístico al descanso lúdico
Cuando nos aproximamos a la quinta estancia (en la que luego nos dirán otros grupos de aventureros que han interactuado con “un fantasma”), suena la campana. El tiempo se ha agotado. Todos los participantes descienden a la planta baja y ahí, después de leer el final del cuento de José Antonio de manera conjunta y a toda prisa, toca enfrentarse a los ritmos del Museo a las 19.30. Es decir, en su tramo de entrada gratuita. El rato en el que el trasiego y la velocidad de turistas aumenta exponencialmente, más si cabe.
Por suerte, queda un último respiro. Nos dirigimos a una sala repleta de cojines, un espacio en el que descansar después de la larga travesía. En él nos espera recostado el propio Sergi Casero, que remata la historia de José Antonio (aunque cada grupo puede darle su final, y cada persona hilvanar su propia historia gracias a las páginas que deja en la puerta de este habitáculo). Por fin llega el momento de la ansiada siesta en el museo...
La última estancia de 'Siesta en el museo', con Sergi Casero (tumbado a la izquierda de la imagen) y el resto de participantes compartiendo sus impresiones y recostándose después del curioso itinerario.
... Hasta que toca despertar, transcurridos unos minutos, y compartir experiencias. En la conversación apenas sale Mi año de descanso y relajación, libro donde el punto de vista individual(ista) y la mirada misántropa que toma la autora distan de lo vivido a lo largo de la tarde en el Reina Sofía.
Hablamos de lo bien que lo hemos pasado, de la sensación de juego, de las ganas de ver lo que ha faltado a cada grupo, de la curiosidad despertada, de crear escuchando a otros aunque luego la imaginación propia moldee las ideas. Y luego salimos al exterior. Durante este ratp se ha hecho de noche. Lo vivido acaba de terminar y ya parece un sueño.
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